martes, 19 de enero de 2010

Un árbol vivo no está nunca quieto

Hace un tiempo descubrí que pocas cosas son tan saludables como el chocolate y el café. Ya sé, me va a decir que el café no es muy saludable, provoca úlceras, altera los nervios, no deja dormir; el chocolate engorda, tiene mucho azúcar, sube el colesterol, provoca acné. Pero parar cualquier madrugada fría, en cualquier bar y pedir un café, tomarlo muy de a poco, disfrutarlo en breves sorbitos saboreando todo su espíritu desparramado en nuestra boca después de haberlo olido atentamente... Morder un pedacito de ese chocolate y dejarlo derretir al calor del café con los ojos cerrados, con los músculos distendidos y el rostro relajado es una experiencia espiritual. Es algo, delicadamente embriagador.
Si se comparte con buena compañia es una comunión sagrada, un particular momento de intimidad de a dos y amorosa complicidad.
Después de ese café se puede salir y ver el mundo con ojos nuevos por un rato. Descubrir el encanto del brillo de la luz de los cemáforos. Qué lindo es el rozar del aire fresco en la cara, ¡Tan sensual es dar la mano!. El olor de la noche rememora las cosas pasadas. Despertar a la verdad de que un árbol vivo no está nunca quieto: baila, canta, se balacea siempre. Uno se puede fascinar, acercarce a un gran árbol con respeto, y tocarlo es como tocar una ballena; veo sus ramas aspirando al cielo y sé que es una nave en un extenso viaje por el universo. Y hay mucho, mucho más.
Un chocolate y un café, solo o en buena compañía, se lo recomiendo.

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